Era una
estación como cualquier otra, los trenes pasaban de largo o se paraban, algunos pasajeros se apeaban por pura
necesidad, coincidencia o por como a ella le gustaba llamarlo, sincronicidad
del universo. Sabía desde tiempos indefinidos que todo pasaba por una o ¿Quién sabe?
Mil razones, si alguien asegura que el aleteo de una mariposa puede afectar a
no se cuantos kilómetros de distancia el que un pasajero determinado se parara
en su estación, tenía que ser para que esa sincronicidad recorriera todas las
galaxias. No es que quisiera pensar que el aleteo de una mariposa tuviese menos
valor que todas las causalidades de su vida, pero le gustaba pensar que cada
encuentro, cada coincidencia, cada intercambio de miradas era más que la simple
forma aparente de lo que con su conciencia podía percibir.
Regía
aquella pequeña cafetería de aquella estación, su estación, el ambiente siempre
tenía un aroma especial, velas perfumadas, le gustaba poner flores, músicas para el alma, encender inciensos para
rozar con aroma los auras de las personas que se paraban o no paraban en su cafetería, sabía que
aunque algunas veces invisible de una manera u otra todos se llevaban algo de ella, de ese lugar, de su pequeña cafetería en su pequeña estación de tren.
De hecho
después de muchos pasajeros que pararon o que pasaron de largo, ella misma se
sentía una pequeña estación, su cuerpo albergaba recuerdos de cada uno de
aquellos caminantes de vida, que vagaban de una estación a otra, y que de
alguna forma coincidían con ella, sabía que ella sólo era alguien de paso para
todos ellos, para todas ellas, aunque para ella, los que estaban de paso eran
todos esas personas que llegaban a su cafetería, le dejaban sus dolores, sus
tristezas, y ella desde la profundidad de su alma, les ofrecía tan sólo
caricias desde el aura, sonrisas desde el alma, y susurros desde su corazón.
Le dolía
cada historia, cada olvido, cada abandono, algunos se acostumbraron a visitarla
de vez en cuando, cuando el peso de sus propias almas, pesaba tanto, que no
tenían dónde ir.
El refugio
de su Ser, era tan lleno de candor, de ternura y comprensión, que era difícil no
volver…. Siempre tenía las palabras, la música o el silencio perfecto para que
durante quizás, tan sólo un instante, aquellos pasajeros olvidaran el ahogo de
su alma, la tristeza de su Ser, y creyeran por un momento en que lo sagrado de
la vida existía en su interior.
Nunca nadie
se daba cuenta de su pesar, de su melancolía, de su eterna soledad, las
personas iban y venían, incluso repetían.
En sus
noches de descanso, cuando salían todas sus sombras y recorría sus dolorosas
tristezas hasta llegar a las raíces de su dolor, se hacía pequeñita, muy
pequeñita allí en la cueva de sus tristezas, sabía que nadie estaba pensando en
ella. Cuando el llanto de su tristeza cesaba y dolor de su cuerpo la quebraba
sonreía a su precioso universo, quizás esa fuese su misión, ser una estación, dónde
nada ni nadie permanece, dónde todos llegan y se van. También sabía que un día tendría que partir,
y que alguien ocuparía su estación, su cafetería, y que el universo rotaría
para que la sincronicidad volviese a poner a las personas perfectas en el lugar
perfecto haciendo lo correcto.
***Alas De Vida***
1 comentario:
Cada vez me gusta más leerte
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