abril 17, 2013

En una pequeña estación...

Era una estación como cualquier otra, los trenes pasaban de largo o se paraban,  algunos pasajeros se apeaban por pura necesidad, coincidencia o por como a ella le gustaba llamarlo, sincronicidad del universo. Sabía desde tiempos indefinidos que todo pasaba por una o ¿Quién sabe? Mil razones, si alguien asegura que el aleteo de una mariposa puede afectar a no se cuantos kilómetros de distancia el que un pasajero determinado se parara en su estación, tenía que ser para que esa sincronicidad recorriera todas las galaxias. No es que quisiera pensar que el aleteo de una mariposa tuviese menos valor que todas las causalidades de su vida, pero le gustaba pensar que cada encuentro, cada coincidencia, cada intercambio de miradas era más que la simple forma aparente de lo que con su conciencia podía percibir.
   Regía aquella pequeña cafetería de aquella estación, su estación, el ambiente siempre tenía un aroma especial, velas perfumadas,  le gustaba poner flores,  músicas para el alma, encender inciensos para rozar con aroma los auras de las personas que se paraban o no paraban en su cafetería, sabía que aunque algunas veces invisible de una manera u otra todos se llevaban algo de ella, de ese lugar, de su pequeña cafetería en su pequeña estación de tren.
   De hecho después de muchos pasajeros que pararon o que pasaron de largo, ella misma se sentía una pequeña estación, su cuerpo albergaba recuerdos de cada uno de aquellos caminantes de vida, que vagaban de una estación a otra, y que de alguna forma coincidían con ella, sabía que ella sólo era alguien de paso para todos ellos, para todas ellas, aunque para ella, los que estaban de paso eran todos esas personas que llegaban a su cafetería, le dejaban sus dolores, sus tristezas, y ella desde la profundidad de su alma, les ofrecía tan sólo caricias desde el aura, sonrisas desde el alma, y susurros desde su corazón.
   Le dolía cada historia, cada olvido, cada abandono, algunos se acostumbraron a visitarla de vez en cuando, cuando el peso de sus propias almas, pesaba tanto, que no tenían dónde ir.
   El refugio de su Ser, era tan lleno de candor, de ternura y comprensión, que era difícil no volver…. Siempre tenía las palabras, la música o el silencio perfecto para que durante quizás, tan sólo un instante, aquellos pasajeros olvidaran el ahogo de su alma, la tristeza de su Ser, y creyeran por un momento en que lo sagrado de la vida existía en su interior.
   Nunca nadie se daba cuenta de su pesar, de su melancolía, de su eterna soledad, las personas iban y venían, incluso repetían.
   En sus noches de descanso, cuando salían todas sus sombras y recorría sus dolorosas tristezas hasta llegar a las raíces de su dolor, se hacía pequeñita, muy pequeñita allí en la cueva de sus tristezas, sabía que nadie estaba pensando en ella. Cuando el llanto de su tristeza cesaba y dolor de su cuerpo la quebraba sonreía a su precioso universo, quizás esa fuese su misión, ser una estación, dónde nada ni nadie permanece, dónde todos llegan y se van.  También sabía que un día tendría que partir, y que alguien ocuparía su estación, su cafetería, y que el universo rotaría para que la sincronicidad volviese a poner a las personas perfectas en el lugar perfecto haciendo lo correcto.
***Alas De Vida***

1 comentario:

M. J. Verdú dijo...

Cada vez me gusta más leerte